lunes, 20 de febrero de 2017

¿Es difícil de creer?


         Supongo que la primera entrada de un blog debería ser distinta. En este mundo en el que nos movemos, los sentimientos han perdido su valor y a menudo ser una persona que los expresa con normalidad, es sinónimo de ser considerado blando, débil y blanco fácil de todo tipo de actuaciones perversas.

         Supongamos ahora, que soy yo mismo uno de esas personas que sienten, que saben que además de cuerpo, tenemos alma y que es precisamente esta la única que sabe cuál es el camino que conduce a la felicidad (si consideramos que existe y que no es ilusión o que se limita solo a momentos felices). Y ese yo mismo, en cualquier momento de su vida conoce a otra persona que le hace sentir que la raza humana merece la pena, que realmente existe lo que buscabas, que la esencia de lo humano se aparece representada en ella y que lejos de huir de tus ansias, las acoge, las calma y las hace suyas, aunque cada uno tengamos nuestros propios muertos en el armario. La llamaré a partir de ahora, Ángel/a, en clara referencia a su lugar de procedencia.

        
         Ya sé que esto no sucede a menudo, ni todo el mundo tiene la oportunidad de descubrir que revoleteando a su alrededor tiene ángeles dispuestos a ayudar. Me refiero a esas personas que te hacen volver a confiar en los demás con la inocencia de un niño, de aquellas que ponen su alma en recoger los pedacitos de la tuya y se esfuerzan en reconstruirla aún a sabiendas que el puzle es muy complicado y que una vez terminado puede no ser útil, a aquellas que se esfuerzan en pintarte una sonrisa en la cara y que buscan su felicidad en verte feliz a ti. Y si te cruzas con una de ellas, ¿le pedirás que espere, le dirás que no es el momento, no te atreverás por lo que puedan pensar los demás? Más bien, al contrario, si esa persona se cruza, si la encuentras, si el azar te la pone delante, entonces que no haya dudas en el corazón.

         Pero y es aquí donde quiero llegar, no debemos ser cobardes. Ahora, no, en este caso, porque es cierto, que dará miedo que esa presencia se desvanezca. Y no será miedo, será terror a la más absoluta oscuridad, pánico a sentirse definitivamente solo y angustia por enfrentarse al vacío y al yermo más desolador. Y sin embargo, esas personas, cualquiera que sea el planeta del que provengan estén contigo diez minutos, dos años o el resto de tu vida, te dejan indefectiblemente una marca de felicidad para siempre. Son esa clase de viajeros de nuestro tren que van contigo para hacerte comprender que la vida tiene sentido vivida en busca de felicidad, que cuanto más angosto sea el camino más cerca está el sendero, que cuando más oscura es la noche es que está a punto de amanecer o que detrás de un millón de nubes siempre se esconde el sol, ese que sale cada día.

          "Y a buen entendedor, pocas palabras bastan"